miércoles, 17 de mayo de 2017

HISTORIA DE UN HABITANTE DE ÉSCARO.

PARTE 1

Vivíamos en un pueblo llamado Éscaro. En el pueblo, por aquel entonces a rebosar de gente, teníamos una

especie de "colectivo de bienes", el cuál consistía en que cada persona del pueblo, cuidaba todos los bienes

materiales de otros como si fueran suyos. Éramos más de 20 mozos en el pueblo, y hacíamos toda clase de

cosas juntos. Corría el verano de 1935, en aquella época, yo era un chaval de tan sólo 15 años. Por la

mañana, todos los chavales nos dirigíamos a coger el ganado y llevarlo a las cumbres de las pindias y

impresionantes montañas de alrededor.


En mi familia, teníamos más de 60 vacas de leche, y 30 de carne; también teníamos 40 cabras y 16 yeguas y un caballo.

Yo era el único hijo de la familia, la cuál acogía a mis 7 hermanas, mis padres, mi tío y yo.

Nos levantábamos sobre las 7, y había que estar puntual en la plaza del pueblo si querías ir con todos tus

amigos y sus padres. Yo me lo pasaba muy bien, aunque llegabas muy cansado a casa, en la cuál te

esperaban mi madre y mis hermanas para cenar.

Hacíamos muchos festejos, y la armonía del pueblo era ejemplar. Por ejemplo el 1 de septiembre, el día de

mi cumpleaños, celebrábamos el día del pueblo, en el cuál se realizaba una comida y cena todo el pueblo

junto, y juerga por la noche.


 Pero con la llegada de esta maravillosa fiesta, acompañaba el clima más frío, ya acercándose el otoño, y

con él, el invierno y sus nevadas.


La época del invierno era muy dura, ya que hacía mucho más frío obviamente, y el pueblo se vaciaba de mis

amigos, pero no de mí y de mi familia.



Hubo un día que nunca se me olvidará, ese día estaba más o menos despejado, aunque caía una débil

nebusquina. Teníamos tres perros: Zarza (mi preferida), Tosca y Rey.

Íbamos los tres por el Pando, un valle que llevaba al alto del pueblo, cuando de repente, empiezo a sentirme

incómodo, como observado por algo o alguien. Al darme la vuelta me lo encontré, un bicho de 3 metros y

con unas zarpas más afiladas que cualquier cuchillo bien hecho. Los perros se quedaron paralizados junto a

mí, excepto Zarza, que empezó a gruñir. Yo empezé a correr, mientras que oía los lamentos de esta misma,

pero no podía parar, hasta que me dí cuenta de lo que estaba pasando. No podía dejarla sola, no podía

hacerle eso. Entonces decidí volver, con paso firme.

 No era tarde, mi valiente perra se estaba debilitando y tenía varios rasguños en su rostro.

Conseguí distraer al animal, y Zarza y yo bajamos para el pueblo apresurados junto con el demás ganado.

Desde ese día no salgo de casa sin una buena escopeta cargada.

Continuará....



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